miércoles, 25 de febrero de 2009
Lejos de casa
Este relato está dedicado a l@s amig@s bloguers argentin@s y a tod@s aquell@s que se ven obligad@s a abandonar de su país. Espero que no se os haga demasiado largo.
El sol del medio día caía de lleno sobre el puerto de Barcelona; el calor era aplastante. Pegada la espalda a la dura piedra, protegido tras la proverbial sombra del monumento, me inventé un frescor que no existía. Levanté los ojos al cielo; la estatua de Colón se recortaba silueteada bajo el inmenso azul. El brazo extendido del descubridor señalaba a mi país (creo): a las Américas. Ojalá pudiera trepar hasta su altura y, posado en su hombro (perdón, Almirante), extender unas alas enormes y volar sobre el mar hasta plantarme en Corrientes; escuchar en la calle la dulce cantinela de mi amado acento porteño, bailar un tango con la primera muchacha que me cruzase en la acera y entrar a un boliche, y entre copa y copa, contarle mis cuitas a quien quisiera oírmelas…
Palmeé el trasero del león de piedra que reposaba a mi lado y salté al suelo. Me pegué a la espalda de una turista colorada y regordeta, recorrí unos metros tras ella convertido en su espejo (retrovisor). La gente reía, ella se volvió y yo disimulé silbando “La cumpartisa” al tiempo que, mirando a otro lado, tamborileaba con el pie sobre la acera. En su cara de sandía se dibujó una sonrisa, su cuerpo se agitaba como una coctelera al ritmo acompasado de la sonora carcajada que le salió de muy adentro, como de una caja de resonancia. Le di un beso en la mejilla y me lancé en pos del apresurado caballero que pasaba ante nosotros ajeno al bullicio callejero, concentrado en la discusión que mantenía a través de su teléfono móvil; parecía enojado. Me convertí en su sombra con tal eficacia que me contagió su estrés. Mejor lo cambiaba por la linda mamá que cruzaba Las Ramblas abroncando a su hijito. Me mimeticé con ella con acierto, a juzgar por las caras divertidas y cómplices que observaba a mi alrededor; pero el chaval me descubrió y, asustado, estalló en un desmedido llanto. La madre se detuvo y sus ojos me taladraron, plantada con firmeza sobre los altos tacones que magnificaban sus largas y bronceadas piernas parecía una diosa dispuesta a lanzar una terrible maldición sobre éste humilde mortal, pero, finalmente, hizo algo mucho más terrenal: me arreó un bolsazo: “¡idiota!”, me gritó. Y se alejó indignada, arrastrando tras de sí al ruidoso monstruito.
Las risas ahogaban el ruido del tráfico y yo exageré un gesto de dolor. Llamó mi atención un hombre sombrío de lento caminar; me amoldé a su paso y adopté su postura: dirigí la mirada al suelo y metí mis manos en los invisibles bolsillos de mi pantalón. De pronto se volvió, su cara iracunda enfrentó la mía y apenas tuve tiempo de asustarme ante el destello de ira que cruzó su mirada antes de que su puño se estrellara contra mi cara. Todo se fundió en negro, la ciudad daba vueltas en torno a mí; los árboles, los edificios, los autos…La gente, que me contemplaba jocosa momentos antes, me observaba ahora alarmada, y giraba y giraba sin parar, y yo me sentía arrojado al centro de un endiablado carrusel. El Almirante seguía señalando a mi país, pero el cielo que lo rodeaba, tan plácido e impoluto, se había convertido en una gigantesca centrifugadora azul. Cerré los ojos y fue peor: círculos concéntricos rotaban al son de una marcha wagneriana, y yo tenía la certeza, de que en el apoteosis final, mi cabeza estallaría en mil pedazos y mis sesos se esparcirían por toda la plazoleta.
Se inclinaban sobre mí dos policías; busqué al león con la mirada y lo descubrí duplicado, vacilante a la vista, desafiante. “¡Traidor!”, le grité sin palabras, “¿dónde está el sombrero con mis ganancias?”, él me contemplaba impertérrito; “tan arrogante y altanero y ni un rugido de aviso”, le reproché apenado.
El sol, implacable, derretía el blanco maquillaje de mi cara, y mi negra figura de manos enguantadas resultaba patética, absurda, tendida en la acera. ¡Ay…! ¡Qué duro es ser mimo para un ingeniero! ¡Y tan lejos de casa…!
(Relato original de Lola Mariné incluido en el libro "Tiempo de Recreo").
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Como siempre una historia impecable y sus imágenes, con ese león imponente, un bello relato.
ResponderEliminarbesos!
Precioso, Lola, me ha encantado. Es un relato muy visual, es como estar viendo al mimo en cada una de sus actuaciones, con un trasfondo sensible y algunas pinceladas de humor, muy buenos contrastes. Te felicito.
ResponderEliminarfantástico relato, como todo los qe te leo...un placer para los sentidos
ResponderEliminar¡Eres mi maestra preferida!
ResponderEliminarCreí que al final pondrías el pomposo nombre de algún famoso escritor, pero nó. ¡Es tuyo todo lo escrito! ¡Tu vas a ser la famosa escritora-bloguera!
Sigue así; estoy aprendiendo mucho.
Enhorabuena.. Qué bonito. La frase final, tan representativa de la cruel realidad que viene azotando a los argentinos desde hace años. Un beso y un placer leerte.
ResponderEliminarA mi no me pareciò largo, lo encontrè estupendo...
ResponderEliminarUn gusto haber pasado por tu casa...
Simplemente soberbio! Ese mimo que se gana la vida como puede, sufriendo el penoso desarraigo y tener que ser otra persona en otro país, lo plasmaste de una forma increíble con un vuelo literario digno de una grande como vos. Chapeau Lola!! Te lo merecés, eso y mucho mas.
ResponderEliminarUn beso grandote.
El relato es precioso Lola, no sé decirte si está bien o mal escrito, sólo que me ha gustado mucho (soy ingeniero, pero escribo muy mal).
ResponderEliminarTe lo vuelvo a decir, un relato precioso que me ha conmovido.
MIGUEL
Kuoremio, me alegro de que te haya gustado.
ResponderEliminarEste relato se me ocurrió un día, paseando por Las Ramblas, lleno siempre de estatuas humanas y de gente que se gana la vida como puede.
Maribel, ¡qué bien que te haya gustado! tú ya eres una profesional y tu criterio vale
ResponderEliminarmucho para mi.
Didac, supongo que tú ya lo conocías (espero que hayas leido Tiempo de Recreo, jeje).
ResponderEliminarA ver cuando nos deleitas tu con uno de los tuyos.
Un beso.
TitoCarlos, ojalá tú fueses editor, jajaja, entonces seguro que publicaba.
ResponderEliminarUn beso.
Andrea, muchas gracias.
ResponderEliminarAhora ya no son solo argentinos los que se ven en estas situaciones, hay gente de muchos paises con una buena formación que tienen que sobrevivir como pueden.
Un saludo.
Armida, un placer recibir tu visita.
ResponderEliminarMe alegra que te guste mi casa.
Un saludo.
Stanley, gracias. Tu siempre tan generoso.
ResponderEliminarUn besote, guapo.
Miguel, espero que esté bien escrito, porque está impreso en un libro para mi verguenza de por vida, jeje.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado.
Un beso.
pasate por mi blog hay algo para tí y genial relato, te felicito
ResponderEliminarbesos
Hola Arwen,
ResponderEliminarme paso....
Lola, que vos me digas que es lo mejor que escribí hasta ahora, viniendo de vos, no es un comentario, es un premio.
ResponderEliminarTe mando un beso grandote.
Me ha gustado mucho releer este precioso cuento, Lola.
ResponderEliminarY gracias por dedicárselo a todos los que se vieron obligados a emigrar: yo también fui emigrante en la década de los sesenta.Por eso hoy no hay abrazos, te doy un beso.
Cómo no me voy a quedar en este tejado...!!!! Es maravilloso tu estilo, la perspectiva de las vidas de tus relatos...Una maravilla. Si no publicas (cosa que te deseo con todas mis fuerzas), no te preocupes, eres y serás una gran escritora. Me tienes encandilado. Y aquí se presenta un nuevo gato, con la única pretensión de aprender, disfrutar y maravillarme con tu arte.
ResponderEliminarSaludos...
Lola Mariné, me ha gustado mucho el ritmo de tu relato y tengo la fortuna de conocer Barcelona, estuve sólo cinco días, y en tu relato se siente el bullicio, ajetreo, humores y desencantos al rededor del monumento a Colón.
ResponderEliminarSí, ganarse la vida es duro, y los que migran doble dificultad.
Felicidades por tu relato.
Sergio Astorga
Precioso relato, Lola.
ResponderEliminarGracias por ofrecerlo,para que podamos disfrutar leyéndolo. Otro día te comentaré lo que me dijeron sobre la orientación del dedo de la estatua...
Saludos
Escritora has dejado de ser
ResponderEliminarblogger
besos
jajaja pobre... pues si. La verdad es que son muchos los inmigrantes que tienen que aceptar trabajos por debajo de sus posibilidades..
ResponderEliminarMenos mal que tu le has dado el suficiente toque de humor para que no sea descorazonador, cari.
Bzos
Juan, me quedo con ese beso.
ResponderEliminarEl relato lo he resumido un poco y he intentado corregir algunos de esos errores de puntuación...no sé si lo he conseguido.
Saludos.
Mon, muchas gracias por tus amables palabras y bienvenido, en este tejado siempre habrá sitio para un gato más.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias Sergio, espero que le relato y las fotos te hayan traido buenos recuerdos.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola Jaclo, me alegro de que te haya gustado el relato.
ResponderEliminarEn cuanto a la orientación del dedo, creo que sé por donde va...
Saludos.
Recomenzar,
ResponderEliminarmuy fuerte lo que dices en tan pocas palabras ¡uff...! pero se agradece.
Saludos.
Thiago, yo creo que así es como hay que tomarselo: con resignación y humor. Ya vendrán tiempos mejores.
ResponderEliminarUn beso.
tienes un regalo en mi blog. Buen fin de semana.
ResponderEliminarDelicioso, sin duda... ¡Qué maravillosa profesión la del mimo! Más allá de las penurias que dictas en el relato, se me antoja algo precioso. Todo aquel que se dedica a arrancarle una sonrisa a otro es merecedor del más grande de los respetos.
ResponderEliminarPD: tienes algo esperándote en mi blog, un pequeño reconocimiento.
Un abrazo!!
Besos y mi cariño, nena :))
ResponderEliminarNo soy argentina, pero viví los once ultimos años de vida en tu tierra y me siento un poco de allí...es un relato maravilloso y doy gracias por haber llegado hasta tu ventana..enhorabuena navegante!.
ResponderEliminarNo habia visto tu perfil y pensé que eras argentina..ahora veo que eres de barcelona pero supongo que tu amor por ellos es tan grande como el mio...
ResponderEliminarAlijodos, Javier,
ResponderEliminarme paso por vuestros blogs en un pis pas.
Dianna, cielo,
ResponderEliminarme alegra verte por aqui.
Espero que todo vaya bien para ti.
Un beso, guapa.
Arena, no puedo negar mi debilidad por ese pais maravilloso y por sus gentes.
ResponderEliminarUn saludo.
Me encanto el relato Lola! despues de 39 comentarios ya te habrán hecho todo tipo de elogios.
ResponderEliminarEs una delicia el leerte... Seguro que iré descubriendo más relatos preciosos en tu blog...
Un beso!
Aventur@,
ResponderEliminarcasi se me escapa tu comentario.
Me alegra que te haya gustado.
Saludos.
Tenías razón Lola, este me ha encantado. aunque el abuelo también ¿eh?
ResponderEliminarEl protagonista de tu cuento, un argentino desarraigado que hace de mimo, se mezclan humor y melancolía, y de solo imaginar el tono del hombre me da mucha tristeza. Yo quiero mucho a los argentinos.
Es un magnífico cuento, impecable, bien escrito.
Besos,
Blanca, tu visita me ha hecho releerlo, hacia tiempo que no lo leia y la verdad es que es de los relatos de esa epoca que mas me gustan.
ResponderEliminarBesos