El abuelo tenia noventa y seis años, yo catorce. Hasta donde puedo recordar, siempre le vi postrado en una silla de ruedas o tendido sobre su cama; un saco de huesos dentro de un pijama de rayas; un muñeco de trapo inerte, humillado, ausente; esperando, siempre esperando….
Toda la familia se sentía orgullosa de su longevidad, parecía asunto de honor que llegara a los cien, como si de batir un récord se tratara. Todos menos él, y yo; a mí me daba pena. Adivinaba el hastío en sus ojillos ausentes, me dolía el sinsentido de su prolongada existencia. La vida le había premiado con muchos años, pero se cobraba un alto precio en su cuerpo marchito, maltrecho, pero no así en su mente. El abuelo, a su pesar, conservaba toda su lucidez, su memoria intacta; a veces, en sus días buenos, contaba anécdotas de su infancia o su juventud, recordaba el más pequeño detalle. Y entonces sonreía, y cuando lo hacía su sonrisa iluminaba la habitación. De pronto se ensombrecía, su boca se torcía en un gesto cansado y decía que quería morir, que estaba harto. Todos le hacían callar: “¡no digas tonterías, abuelo!”. Y él callaba, se encogía en su silla y se tragaba su tristeza; yo sentía su impotencia, la inutilidad de su dolor.
Uno de aquellos días malos en que permanecía en cama mirando al techo durante horas mientras todos estábamos en el salón, oí unos sonidos extraños procedentes de su habitación, me asomé y descubrí alarmado que respiraba con dificultad. Se ahogaba. Quise correr a avisar pero él me detuvo con un gesto, me acerqué y asió mi mano negando con la cabeza. Me angustiaba el sonido que salía de su garganta, como de animal herido, yo quería pedir ayuda, pero su mano huesuda aferraba la mía y leí en sus ojos una súplica; entonces comprendí.
Me quedé junto a él, con sus ojos clavados en los míos, hasta que dejó de hacer ruidos y la presión de su mano cedió; sus párpados se entornaron y una sonrisa se dibujó en sus labios. Entonces separé mi mano de la suya y volví al salón. Me senté con los demás y no dije nada. El abuelo descansaba y yo no quería que nadie le molestara.
(Relato original de Lola Mariné publicado en el libro "Tiempo de Recreo").
Que conmovedor relato...
ResponderEliminary que sensibilidad de niña, que ve lo que los adultos quieren ignorar o disimulan tratando de ahuyentar las emociones.
Lo he disfrutado mucho, gracias por compartir.
Cariños
Ro
Lola, me emocionò leer este relato tan dolorosamente bello, ver el deterioro de un ser humano produce un dolor infinito y una conciencia de lo corruptible de nuestros cuerpos y de lo doloroso que puede ser sobrevivir a diario con nuestros dolores a cuestas.
ResponderEliminarUn abrazo
Mi conexiòn no funciona bien, dejo comentarios y no quedan, veremos con este
Lola,
ResponderEliminarMuy trascendental esta tu historia! Triste, pero maravilloso!
Felicidades! Es hora de que yo no leía algo tan profundo!
Besos...
Dani
Mi querida amiga, no sabes cómo me identifico con tu relato. A mi abuela le faltaron tres meses para los cien años. No viviamos en la misma casa, pero su sufrimiento era evidente... La vida es vida cuando tiene sentido. Cuando se quiere a los hijos y los ves sufrir por uno, para prologar una vida sin sentido, acabas sufriendo por ellos y por ti mismo.
ResponderEliminarUn abrazo
Que relato más bonito, pero con sabor agridulce... Debe ser muy duro estar postrado en una cama viendo sólo pasar el tiempo...
ResponderEliminargeniales palabras, me ha encantado...
dirty saludos¡¡¡¡¡¡
Debe ser que una está muy sensible...me sacas las lágrimas..¡es increiblemente dramático y bello! No tengo palabras Lola
ResponderEliminarHola Ro,
ResponderEliminarme alegra que te haya gustado.
Los niñ@s tienen una visión más clara y realista de las cosas que nosotr@s, que muchas veces preferimos ingnorarlas.
Besos.
Cantares,
esta vez a funcionado bien,jeje.
Gracias por tus palabras.
Besos.
Daniela,
ResponderEliminargracias por tu comentario y por el esfuerzo que haces de escribir en español.
Besos.
Antonio,
creo que a la mayoria nos gustaría vivir cien años, pero con una buena calidad de vida.
Ver pasar los dias esperando sólo qu todo acabe debe ser terrible.
Saludos.
Dirty,
ResponderEliminarmuchas gracias, me alegro de que te haya gustado.
Saludos.
Winnie,
¡que no quiero yo que llores por mi culpa! jeje.
Si es que tú eres pura sensibilidad.
Un beso, guapa.
No sabes lo hondo que me ha llegado, Lola.......Créeme que es así.Motivos personales.
ResponderEliminarHola Menda,
ResponderEliminarsé que es un tema sensible. Espero no haberte entristecido.
Besos.
Sabes, Lola, me has emocionado muchísimo, porque leyendo tu relato, triste, desgarrador y al mismo tiempo bello y de una ternura inigualable, he recordado a mi abuela materna, cuando me cojió de la mano en un momento de lucidez, con 91 años, y me dijo algo que me guardo para mí, a las pocas horas murió de la mano de mi madre.
ResponderEliminarGracias, y no sabes cuanto te agradezco este relato.
Besitos, guapa, y pasa un buen fin de semana.
Miguel Nonay
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www.asaltodemata.com
Ay los relatos de abuelillos me dan una pena...pero mira te ha quedado muy logrado lola...te felicito...Un abrazo...
ResponderEliminarLola tu relato me ha emocionado muchísimo. Mi visabuela llegó a los 98 años, y me he podido indentificar mucho con lo que se siente. Tienes un don para tratar temas tan delicados.
ResponderEliminarEnhorabuena, es una maravilla
Cris
DIOS, impresionante, cari... Pero solo espero que no te acusen de ayudar a morir o algo de eso... o que el forense (creo que todos los que mueren en casa necesitan que los certifique el forense) descubra con esos procedimientos que tienen que alguien le apretó la mano, o que murió dos hora antes de lo que avistateis, jajaja.
ResponderEliminarEn fin, precioso relato. La verdad es que siempre se dice, la vida es tremenda, todo el mundo quiere vivir mucho, pero.... ¿así?. Bezos
Gracias Lola, por unirte a mi blog.
ResponderEliminarMuy tierno el relato de tu abuelo, la madre de mi cuñada tambien murio con 101 años, y ella muchas veces tambien se preguntaba para que tantos años cuando solo podia asearla y llorar.
Hasta el lunes.
Un abrazo.
Nuria
Un relato muy conmovedor, Lola. Creo que, como bien dices, a todos nos gustaría vivir mucho tiempo, pero, claro, con buena calidad de vida. ¿Para qué queremos perpetuarnos postrados y sin poder hacer las cosas que tanto nos gustan o disfrutar de una hermosa mañana soleada?
ResponderEliminar¡Hala! Ya me has puesto triste!
¡Estoy muy emocionado!
ResponderEliminarMIGUEL
precioso, lola, hay cosas que solo el amor comprende y comparte
ResponderEliminarLola, tu relato del Abuelo, ya lo conocia, pero al releerlo, me ha vuelto a emocionar.Besos.
ResponderEliminarMiguel Nonay,
ResponderEliminarespero no haberte traido recuerdos tristes,me alegro que te haya gustado.
Alijodos,
pues sí que dan penilla, sí. Cuando se es viejo se vuelve a ser un poco niño, pero sin despertar la ternura ni el instinto de proteccion que nos provocan los bebés.
Una pena.
Hola Cristina,
ResponderEliminarveo que ha más de un@ le ha tocado la fibra este tema. Y es que ahora se vive muchos años, y eso no siempre es lo mejor que nos puede pasar.
Thiago,
pues espero que no me acusen de nada, pero bueno, estoy por la eutanasia y la libertad de las personas.
Besos.
Nuria,
ResponderEliminarno se trata de una historia personal, es pura ficción, pero sí conoci a una persona que me inspiró este relato.
Deusvolt,
prohibido ponerse triste, jeje.
De todas formas es una realidad cada vez mas frecuente.
Si llegamos a esa edad, que lleguemos bien, si no, que paren el mundo, que yo me bajo.
Saludos.
Miguel!
ResponderEliminarNo me llores! jeje...
Soy el que soy,
muy cierto lo que dices.
Gracias por tu comentario.
Saludos.
Hola MOntse,
ResponderEliminartu los conoces casi todos, jeje.
Pero me alegro que te siga emocionando, eso significa que he sabido contarlo bien.
Besos.
Pues hija, con noventa y seis años, no se puede pedir más que descansar...y el haber tenido una vida rica y plena, llena de momentos felices, eso sí.
ResponderEliminarAyyy se me han puesto la carne de gallina al leerlo, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarSencillo, directo y emocionante; y terrible momento el que retrata. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarHola Deme,
ResponderEliminarasí es. Uno quiere descansar y dejar de ver pasar los días inutilmente.
Isi,
me alegro que te haya gustado.Gracias por tu comentario.
Peregil,
ResponderEliminargracias por tus palabras.
Me gusta que os guste, jeje.
Saludos.
Muy emotivo, Lola, sobre todo me gusta mucho el final, dice tanto con tan poco. Felicidades.
ResponderEliminarBuen fin de semana.
Es inevitable, la serenidad es casi imposible de conseguir por parte de quienes nos quedamos, incluso aunque a veces los que se van sí parezcan disfrutar de ella.
ResponderEliminarHola Maribel,
ResponderEliminargracias guapa, me alegro que te haya gustado.
Mannelig,
tienes razón, cuesta decir adiós a quienes queremos,aunque veamos que quizás es lo mejor para ellos.
Buen finde.
Lola Marine, bien contado, sin afectaciones.
ResponderEliminarFelicidades.
Un abrazo a tiempo.
Sergio Astorga
Hola Sergio,
ResponderEliminargracias por tu comentario y por la visita.
Saludos.
Un relato estremecedor y tierno a la vez. Tener tantos años es algo que no me gustaría. Como siempre es un enorme placer leerte!
ResponderEliminarBESOTES GUAPA!!
Hola Staley,
ResponderEliminara mi me gustaría si estuviera en plenas facultades y pudiera valerme por mi misma.
Ya se verá...
Estupendo relato. No se puede contar mejor.
ResponderEliminarCuando estamos bien no pensamos en ello y cuando dejamos de estarlo es demasiado tarde para decidir sobre lo que queremos hacer con nuestra vida porque estamos ya en manos de los demás.
Asi es, Molano.
ResponderEliminarCreo que todos deberiamos hacer una especie de testamento dejando constancia de lo que queremos.
Claro que para eso deberia legalizarse la eutanasia.
Saludos.
Uno de los mejores cuentos que he leído. Me ha emocionado.
ResponderEliminar¡Grcias Lola, por escribir!
Blanca