sábado, 11 de julio de 2009

Un relato para el fin de semana


Como hoy estoy un poco vaga les he pedido a los gatos que os cuelguen algún relato para el fin de semana, y este es el que han elegido:

EL ASCENSOR

Pulsó el botón de bajada con rabia. La jefa de mantenimiento la tenía tomada con ella. No había día que pudiera salir a su hora; en el último momento siempre surgía alguna urgencia: “Adelaida, antes de irse suba a la planta veintisiete y dele una pasadita a los despachos, que mañana hay una reunión muy importante”. ¡Una pasadita a los despachos! ¡Como si fuese cosa de unos minutos! Pero ¿qué podía hacer ella? Sólo callarse y aguantar. No estaba en situación de plantarle cara a nadie, ¡gracias tenía que dar de haber conseguido aquel trabajo!
Y encima, el maldito ascensor parándose en todas las plantas. No le gustaba estar en las oficinas cuando empezaban a llegar los empleados, la miraban con condescendencia, con desprecio. Siempre había alguna secretaria que le hacía vaciar un cenicero en el que humeaba una colilla manchada de carmín que ella misma acabada de tirar, o una papelera con un solitario papel aún tembloroso arrugado en el fondo. Sólo para humillarla, para dejar clara su posición de superioridad.
Estaba cansada y de mal humor, se sentía sucia. Lo único que deseaba en aquel momento era salir del edificio cuanto antes y refugiarse en su pequeña habitación, darse una buena ducha y descansar. ¡Maldito ascensor…! ¡Por fin! El timbre de aviso anunció su llegada y el indicador luminoso señaló la planta veintisiete. Antes de que las puertas se abrieran tuvo tiempo de ver su reflejo en ellas y le disgustó el aspecto enmarañado de sus cabellos. Pero lo peor aun estaba por llegar: dentro del ascensor estaba él, Gonzalo, el hijo del director general. Adelaida dudó un instante, sin decidirse a entrar, tenía que haber utilizado el montacargas, pero estaban descargando material y ella tenía prisa por marcharse. Gonzalo le lanzó una rápida ojeada que la recorrió de arriba abajo, después, desvió la mirada con un mal contenido gesto de fastidio, “¿Piensa entrar o no?”, preguntó. Ella musitó una disculpa ininteligible y entró encogida, con la cabeza gacha; se dirigió al rincón más alejado de él y se ovilló allí, como si quisiera desaparecer, fundirse con el ángulo que formaban las paredes del habitáculo.
En la planta veintiséis el ascensor se detuvo de nuevo y entraron un hombre y una mujer que saludaron a Gonzalo con familiaridad e intercambiaron con él algunas frases triviales. Eso, a Adelaida le dio un respiro; le permitió observar a Gonzalo discretamente, posar la mirada en su nuca bronceada por el sol invernal de alguna elitista estación de esquí, detenerse en sus anchos hombros y recorrer su espalda a placer, contemplar sus cuidadas manos y demorarse en cada uno de sus largos dedos como si los acariciara, cerrar los ojos e inhalar su fragancia…
En la planta vigésima la pareja se despidió de Gonzalo y volvieron a quedarse solos. Estaba segura de que él había olvidado por completo su presencia y no se atrevía ni a respirar. Entonces el ascensor dio una brusca sacudida y se detuvo entre dos pisos; “¿Y ahora que pasa?” dijo Gonzalo para sí mientras pulsaba con insistencia el botón de la planta baja sin que la máquina respondiera; seguidamente, con creciente nerviosismo, pulso el timbre de alarma. Adelaida no se movió, no sabía qué hacer ni qué decir hasta que Gonzalo empezó a golpear las puertas y a gritar pidiendo socorro al borde de la histeria. “No se preocupe” se atrevió a decir con timidez, “este ascensor falla a veces, enseguida volverá a ponerse en marcha”. Gonzalo se volvió hacia ella y le lanzó una mirada cargada de rencor, como si la joven tuviera la culpa de lo que ocurría, se aflojó la corbata y trató de componer un gesto digno en tanto se dirigía al fondo de la caja metálica con paso vacilante y respirando con dificultad. Pegó las manos y la espalda contra la pared y miró angustiado hacía arriba buscando una salida, algún resquicio por el que poder escapar: no había ninguno, el techo se ajustaba a las paredes de la cabina como una pesada losa.
Su frente se había perlado de sudor y estaba alarmantemente pálido; Adelaida temió que fuera a desmayarse. “Será mejor que se siente” sugirió aproximándose a él y empujándolo del brazo hacia el suelo. Gonzalo se desasió bruscamente y la miró como si estuviera loca: "¿su traje de Armani por los suelos?". Pero una nueva sacudida que hizo descender el ascensor unos centímetros más, transformó su protesta en un grito de pavor y se aferró con tal fuerza a Adelaida que la arrastró al suelo consigo. “Tranquilo…tranquilo, no pasa nada…” musitó la muchacha tratando de mantener la calma pese a que ella también empezaba a estar asustada. Gonzalo intentó sonreír, pero el pánico que reflejaban sus ojos convirtió su gesto en una mueca grotesca. “Padezco claustrofobia”, confesó, “me aterrorizan los ascensores…”, ella compuso una tímida sonrisa para tranquilizarle, “no se preocupe”, repitió, mientras en un impulso inconsciente le secaba la frente con su raído foulard. Él, en lugar de rechazarla, sonrió agradecido. De pronto, acuclillado en aquel rincón sin soltar el brazo de la muchacha, parecía un niño indefenso y a Adelaida le pareció más guapo que nunca, tanto, que tuvo que reprimir sus deseos de besarle. Entonces el ascensor emitió un extraño sonido, un escalofriante lamento que los dejó paralizados a los dos antes de desprenderse de su última y precaria sujeción y precipitarse al vacío en una alocada carrera hacia el fin…
Tras el aterrador estrépito que produjo el impacto contra el fondo, Adelaida todavía tuvo fuerzas para mirar a Gonzalo y sonreír, apoyada su cabeza sobre el pecho de su amado, antes de abandonarse a su abrazo para siempre.


(Relato original de Lola Mariné publicado en el libro "Dejad que os cuente algo").

33 comentarios:

  1. Miauuu..., quiero decir, ejem..., que está muy bien escrito, con un estilo cuidado y fluido. Enhorabuena.

    ¿Ceniceros con colillas? ¿Ascensores sin triple sistema de seguridad? Les va a caer una multa de aquí te espero. Y un traje de Armani a la porra... eso no tiene nombre.

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  2. LOLA, muy bien por tu relato,aunque ya lo leí, anteriormente, siempre és grato volver a leerlo. MONTSE

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  3. Mannelig,
    no se te escapa una ¿eh? jajaja.
    Buen finde.

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  4. Montse,
    es lo que tiene ser amiga de la autora: para ti nada es nuevo.
    Bona nit.

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  5. Me encantó querida Lola, un relato magnífico, con ese manejo de las letras que sólo vos tenés. Cuando te leo, siento que me deslizo sobre los renglones como si esquiara, hasta llegar al, en este caso, inesperado final. Brillante, como siempre.

    BESOTES HERMOSA Y BUEN FINDE!!

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  6. He "visto y vivido" cada linea. Me has metido también en ese ascensor y con esos personajes....¡fantástico!. Me ha encantado Lola...

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  7. Stanley,
    ¡qué cosas me dices! eres demasiado generoso.
    Gracias.
    Un beso.

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  8. Winnie,
    no hay mejor halago para un escritor que quien le lee "viva" lo que ha escrito.
    Gracias, hermosa.
    Un beso.

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  9. jo que final más triste y original como siempre, gracias por tus palabras navegante, ha sido un placer.

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  10. Pues vaya el arte que tiene tu gato, jejeje.

    Un placer leerte.

    Besos guapa y mucha suerte en los Premios, a ver si un día podemos entrevistarte y nos cuentas algo

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  11. Hola Violeta,
    asi es la vida...bueno, no se caen ascensores todos los dias ¡menos mal! jajaja.
    Saludos.

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  12. Hola Juan (luz de gas),
    bienvenido al tejado.
    Gracias por tu visita y tu comentario.
    Un saludo.

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  13. Pues no veas como escriben los gatos, eh?

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  14. ¡Qué bonito, Lola! Lo he disfrutado todo, está muy bien narrado y ese final... Te felicito, guapa.

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  15. Me das envidia sana, ¡qué bien escribes! ¡la foto genial!

    ¡Un besote!

    MIGUEL

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  16. Yo que ando de bigotes coo de cortijos, y que ronroneo como cualquiera, solo puedo decirte miauuuuuuu


    saludos!

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  17. Menda,
    es que todo se pega, jajaja.
    Todo el dia rondando el teclado...
    Besos, guapa.

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  18. Maribel,
    gracias hermosa, me alegro de que te haya gustado.
    Besos.

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  19. Miguel,
    gracias guapo, ya sé que tu eres de los incondicionales.
    Un beso.

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  20. Antonio,
    espero que ese miauuu sea de aprobación y no estés todo erizado y sacando las uñas, jajaja.
    Saludos.

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  21. Lo primero, la foto: ¡Preciosa!,tu gatita es igualita que mi gatita Elsa.
    El texto está muy bien escrito, lleva un ritmo que te deja sin respiración, pues transmite muy bien las sensaciones de los protagonistas. El final no me lo esperaba, es triste, aunque lógico. Eres una excelente contadora de historias, querida escritora.Un placer leerte.

    Pero para que todo no sean halagos te señalo que tienes un error ortográfico:"o una papelera con un solitario papel aun tembloroso arrugado en el fondo."
    Un beso.

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  22. Muchas gracias por el comentario, que suerte que te sonreíste! Esa es la idea!
    Ayer, en mi blog, ya te vendí tu novela, pensé que me ibas a matar, jajajajaja!!!!!

    BESOTES HERMOSA Y ENVÍA UN POCO DE CALOR, ESTOY CONGELADO!!

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  23. Juan,
    error corregido.
    ¡Hay que ver! No pasas ni una, jajaja...Bueno, al menos puedo estar segura de que te lo has leido con atención.
    Besos.

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  24. Stanley, amor,
    no había leido tu post de ayer.
    Sorry, estaba de jornada playera.
    ¿Como te voy a matar? Encantada de que me vayas promocionando.
    A ver si hay suerte y "no tengo más remedio" que ir a Argentina.
    Besos.

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  25. A partir de ahora miraré con quien entro en un ascensor, por si las moscas...jeje.
    Me ha encantado el relato y a tu gato tecleando, que buena foto! Un beso.

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  26. pues chica, Loliña, para estar perezosa y que te escriban esto los gatos, ha salido un relato fascinante... ¿dónde se compran esos gatos literarios e intelectuales? vienen sin tuberculosis ni nada? jajaj. Me ha gustado todo, hasta la frase que todos decimos cuando se para un ascensor de repente: "Y ahora qué pasa" es como una frase fetiche que soltamos todos, como si nos fuera el ascensor a responder.

    en fin, es una pena que este amor inter-clasista tenga ese final tan desgraciado. Parece que no hay posibilidad de redención, eh?

    bueno, me voy emocionado y algo envidioso, pero claro, tu eres una escritora, con todas las letras, cari.

    Bezos.

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  27. Aventur@,
    la verdad es que ese relato expresa un poco uno de mis miedos: no me gustan mucho los ascensores y si puedo los evito, jeje.
    Besos, guapa.

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  28. Thiago,
    un gusto que te hayas leido todo el relato enterito, jeje, con lo ocupado que estás tú con tu público.
    Mis gatos son mis "negros literarios", jajaja...yo les doy la idea y ellos a trabajar, que si no, no hay "frisquies".
    Besos, nen.

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  29. Pues lo único que puedo decir ante el trágico final, es que Adelaida murió feliz. Gonzalo padecía no sólo claustrofobía, padecía de una enfermedad que suelen tener muchos aunque no son conscientes de ella: idiotez. ¡Bien por Adelaida! mujer valiente! pero con mal gusto. humm...

    Te felicito por el cuento, Lola, también a tu gatito por la selección.

    Besos!
    Blanca

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  30. Blanca,
    gracias, guapa.
    Buen analisis el que has hecho del relato.
    Un beso.

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  31. Mas vale tarde que nunca. Ya puse la advertencia.

    BESOTES GUAPA.

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  32. Bueno, vale, por si hay algun/a rezagado/a, jajaja...
    Besos.

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  33. Muy bueno Lola. Eres una maestra de las letras.
    Un placer leerte,
    rober

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